¿Llegó la hora del armisticio en la batalla contra los microorganismos?

Rosa del Campo Moreno
Servicio de Microbiología. Hospital Universitario Ramón y Cajal e Instituto Ramón y Cajal de Investigaciones Sanitarias (IRYCIS), Madrid

16/04/2020

«Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro», frase célebre de Santiago Ramón y Cajal que se puede leer en la entrada de mi Hospital. Los humanos nos sentimos también capaces de esculpir nuestro destino y escribir nuestra propia historia ¡Para eso se supone que somos los seres más evolucionados sobre la faz de la Tierra! Pero los microorganismos que están en el planeta desde 1 000 millones de años antes que nosotros se empeñan en demostrarnos continuamente nuestra fragilidad. El nuevo virus SARS-CoV-2 ha sido capaz de adaptarse a los receptores de las células humanas causando la enfermedad denominada COVID-19, y gracias a su alta diseminación e infectividad, está escribiendo una importante página de nuestra historia.

En la lucha por la supervivencia, los microorganismos son capaces de adaptarse a casi cualquier condición ambiental, además, en un acto de ‘solidaridad’ entre ellos, comparten material genético lo que les supone una gran ventaja ecológica. Las bacterias son los microorganismos más abundantes y también los más estudiados por el simple hecho de que hemos aprendido a cultivarlas. La Microbiología se ocupa de identificar, caracterizar los patógenos responsables de cuadros infecciosos y buscar el mejor tratamiento antibiótico posible. En 1941 se comercializó por primera vez la penicilina que años antes había descubierto Sir Alexander Fleming, por lo que estas sustancias están disponibles desde hace muy poco tiempo en relación con la evolución humana.

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El descubrimiento de la penicilina fue producto de una casualidad, Fleming olvidó sus placas de Petri a temperatura ambiente durante unas vacaciones y a la vuelta se habían contaminado con Penicillium, un hongo ambiental. La verdadera habilidad de Fleming fue observar que las colonias de bacterias de la placa se habían inhibido por la acción del hongo…cualquiera de nosotros hubiera visto solamente un hongo contaminante y hubiéramos tirado la placa a la basura.

En la era pre-antibiótica, los procesos infecciosos eran la mayor causa de muerte en el mundo, hay que tener en cuenta que cualquier herida por pequeña que fuera se podía infectar, y las condiciones higiénico-sanitaras de la población tampoco eran las más adecuadas. El potencial de los antibióticos atrajo a empresas y a científicos en todo el mundo y comenzó lo que conocemos como la ‘época dorada de los antibióticos’ (1950-1980), con la formulación de numerosos compuestos tanto naturales como sintéticos. Pero es importante que no nos engañemos, los antibióticos son sustancias naturales que los microorganismos sintetizan para poder matar a sus competidores, no son un invento humano, sino un arma de guerra entre bacterias.

 

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Durante muchos años nos hemos creído vencedores de la batalla contra las ‘malditas bacterias’ que nos infectaban, incluso se llegó a augurar el final de las enfermedades infecciosas. A esta percepción también contribuyeron las medidas higiénicas generalizadas, y que todos los humanos nos envolvimos en una aura de casi esterilidad gracias a los desinfectantes. Pero cada pequeña victoria siempre conllevó el resurgir de alguna otra bacteria, de alguna otra resistencia, y nuevamente las bacterias se fueron adaptando a las condiciones que les imponíamos resurgiendo de sus cenizas para seguir complicándonos la vida. El armamento antibacteriano actual es amplio, lo clasificamos en familias según su estructura y modo de acción. Los tenemos bactericidas, que matan rápidamente, y bacteriostáticos, que impiden la duplicación de las bacterias. Siempre tenemos algunos antibióticos reservados para impedir que las bacterias se hagan resistentes a todos y hay políticas de rotación para evitar seleccionar cepas multirresistentes. Se han creado comités internacionales para regular las pruebas de sensibilidad, unificar criterios y definir la famosa resistencia a los antibióticos. Esta resistencia es la que rompe todos los esquemas porque cada vez que se ha lanzado una nueva sustancia antibacteriana, poco tiempo después se han descrito cepas con resistencia en las que el antibiótico deja de tener actividad. En España también nos hemos ‘puesto las pilas’ con acciones a nivel nacional como el PRAN: Plan Nacional de Resistencia a los Antibióticos, que se aplica en todo el país para animales y humanos; y el PROA: Programas de Optimización del Uso de Antibióticos, que se han instaurado en muchos hospitales. Se ha acuñado el concepto de One Health, promovido también por la OMS, que hace referencia a que la Salud es un concepto de unidad que nos atañe a los humanos, a los animales y al medio ambiente. Este concepto obliga a reflexionar sobre nuestras acciones que van a tener repercusiones en todos los ecosistemas y lugares geográficos. Bajo el paraguas de la OMS se han fundado organismos que funcionan como observatorios epidemiológicos para monitorizan la detección y evolución de las resistencias en todo el mundo. Y todo para hacer un frente común contra la resistencia a los antibióticos, un fenómeno del que se espera que vuelva a colocar a las patologías infecciosas como la primera causa de mortalidad en todo el mundo si no hacemos nada para evitarlo.

A pesar de este escenario tan lúgubre, se aprecia un poco de luz. Desde hace unos años nuestra visión ha cambiado drásticamente y en lugar de perseguir patógenos nos hemos centrado en buscar en nuestro interior a las bacterias comensales de nuestro cuerpo, las que siempre han estado ahí y a las que nunca habíamos hecho caso porque no nos creaban problemas. Este cambio ha sido también posible por el desarrollo tecnológico basado en secuenciación masiva, que nos ha permitido identificar a microorganismos incultivables y descubrir la verdadera complejidad del ecosistema microbiano que convive en paz con nosotros. A este ecosistema le hemos denominado microbiota y ha supuesto una revolución en el mundo científico por su implicación en la salud, ya que más allá de no darnos problemas, nos confiere muchísimas propiedades saludables, nos ayuda con la digestión de los alimentos y sus productos metabólicos influencian nuestra salud. Ahora sabemos que desde que nacemos convivimos con numerosos microorganismos porque realmente los necesitamos, nos aportan múltiples beneficios y contribuyen a nuestra salud. Por supuesto, esta microbiota está también presente en los animales y también participa en su salud, por lo que conocer bien estos sistemas complejos y entender su ecología será fundamental en el futuro para asegurar la salud de nuestra ganadería.

Es tanta la importancia de este ecosistema, que en breve va a alcanzar el estatus de medicamento. La transferencia de microbiota fecal, también conocida popularmente como trasplante de heces, se utiliza con mucho éxito para el tratamiento de la diarrea por Clostridioides difficile, antes conocido como Clostridium difficile. Esta enfermedad es un claro ejemplo de los efectos adversos de los antibióticos que desestructuran la microbiota intestinal, disminuyen su diversidad ecológica y permiten que las esporas de C. difficile germinen y secreten las toxinas que provocan fuertes y numerosas diarreas. Con la transferencia de microbiota lo que se consigue es restaurar la microbiota y el patógeno se repliega de nuevo. Para los pacientes que sufren recidivas de la infección, esta técnica ha demostrado ser más efectiva, segura y barata que los antibióticos. Es por ello, que actualmente estamos viviendo una época de reencuentro con los microorganismos, evolucionando desde la única estrategia que hemos tenido siempre que ha sido la de eliminarlos, a convivir con ellos, a promover su diversidad y a evitar todas aquellas sustancias antibacterianas que puedan afectar a su viabilidad y afectar su equilibrio.

No tengo nada claro que la batalla contra los microorganismos la vayamos a ganar, por muchos antibióticos nuevos que descubramos, las bacterias siempre van a desarrollar resistencia. La presión selectiva que ejerce el uso de los antibióticos va a seleccionar a las cepas con resistencia, pero no olvidemos nunca que vivimos en un mundo global interconectado. La pandemia de SARS-CoV-2 nos ha dado una lección, lo que ocurre en la parte más remota del mundo está solo a un avión de distancia de infectar a nuestros familiares y amigos. De igual manera, el mal uso de los antibióticos que podamos hacer en nuestro medio va a tener repercusiones en todo el mundo y a todos los niveles, las resistencias a los antibióticos se transmiten mediante la dispersión de cepas de bacterias concretas, pero también entre distintas bacterias que comparten su material genético.

Si quieres matar a una bacteria, pregunta a otra bacteria… pero también podemos intentar convivir juntos en armonía.

Dra. Rosa del Campo Moreno
Servicio de Microbiología. Hospital Universitario Ramón y Cajal e Instituto Ramón y Cajal de Investigaciones Sanitarias (IRYCIS), Madrid.