El uso de antibióticos, luces y sombras en sanidad animal
El intestino de los animales es un sistema complejo en el que, por un lado, se debe facilitar la entrada de los diferentes elementos necesarios para el mantenimiento de la homeostasis del animal y, por otro lado, se debe contener los factores agresivos que pueden comprometer la salud de los animales.
En el sistema digestivo se ha establecido una simbiosis transcendental entre el animal y gran diversidad de microorganismos, que participan tanto en el proceso de la digestión, como en el mantenimiento y maduración de diferentes estructuras del intestino; en especial la mucosa intestinal y el sistema inmunitario asociado a la mucosa intestinal. Además, algunos microorganismos son capaces de producir sustancias antibacterianas, especialmente ácidos grasos volátiles y bacteriocinas que, junto con la capacidad de competir por ciertos sustratos o la de interaccionar con diferentes moléculas de adsorción, minimizan el riesgo de colonización por agentes con potencial patógeno o reducen los efectos negativos de la infección.
En la producción animal, los problemas infecciosos del sistema digestivo son una de las principales causas de pérdidas económicas, y su control, basado en la mayoría de casos en la utilización de antimicrobianos, está relacionado con el aumento del riesgo de aparición de resistencias que pueden comprometer tanto la terapéutica animal como la humana. Sin descartar, ni mucho menos, el uso de los antimicrobianos para el tratamiento de agentes patógenos, el favorecer poblaciones bacterianas con efecto “positivo” o el restablecer el equilibrio en la microbiota intestinal, roto por diferentes condiciones de estrés –cambio de alimentación, destete en el caso de mamíferos, la reagrupación de animales o el clareo, los cambios bruscos de temperatura, fallos en los sistemas de suministro de agua o la entrada de diferentes patógenos–, son dos objetivos que, en los últimos años, se viene persiguiendo para ayudar a reducir la prevalencia y la severidad de diferentes infecciones intestinales o de diversos cuadros de disbiosis digestivas.
El descubrimiento de los antibióticos supuso un gran avance para la salud humana y animal al poder controlar eficazmente diferentes procesos infecciosos que, en la era pre-antibiótica, sólo contaban con la participación del sistema inmunitario y del sistema de competición biológica del hospedador.
Es importante no olvidar la capacidad de los antibióticos de controlar procesos infecciosos, pues si nos vemos obligados, por causas legales (prohibición de uso) o por causas biológicas (aparición de resistencias), a prescindir de estas herramientas en medicina veterinaria, se puede producir el deterioro significativo de las condiciones sanitarias de los animales de producción y, consecuentemente, el incremento del riesgo de infecciones humanas de origen ambiental o alimentario. No obstante, a pesar de la avalancha de críticas al uso de antibióticos en producción animal, se debe argumentar, sin ningún tipo de complejos, que los animales también necesitan ser medicados para asegurar su salud y bienestar y, en último extremo, para garantizar la seguridad alimentaria de los consumidores.
Adicional al efecto negativo asociado a la selección de resistencias, los buenos resultados obtenidos con el uso de antimicrobianos durante los últimos años han minimizado los esfuerzos necesarios para el desarrollo de vacunas eficaces contra bacterias y parásitos, en granjas de producción animal, o de otras medidas de control, así como el desarrollo y uso de probióticos y prebióticos.
Este interés por controlar de una forma más “fisiológica” los problemas infecciosos digestivos, choca con el desconocimiento de los componentes de la microbiota intestinal y, en especial, la definición de los componentes de lo que se debería considerar la microbiota implicada en la “salud intestinal”, un concepto totalmente confuso en la actualidad, y que probablemente debería utilizarse en plural, ya que dependiendo de la composición del pienso y del estatus fisiológico del animal, los perfiles de la microbiota intestinal asociados a salud, probablemente, deberían ser diferentes (Frese et al., 2015).
No podemos dejar de mencionar que la utilización de diferentes antibióticos por vía oral, bien en el pienso bien en el agua de bebida, puede suponer alterar el equilibrio de la microbiota intestinal, llegando a producir cuadros de disbiosis. La utilización de amoxicilina puede asociarse a la reducción importante de bacterias del ácido láctico, junto al incremento de Bacteroidetes y Enterobacterias, desequilibrio que puede conllevar la aparición de enteritis por Clostridium spp. Además, este tipo de antimicrobianos reducen la producción de ácidos grasos de cadena corta (SCFAs), importantes metabolitos secundarios bacterianos, tanto desde el punto de vista del balance energético, como desde el punto de vista de la salud intestinal, ya que tienen actividad antimicrobiana y ayudan al mantenimiento de la estructura de la mucosa intestinal. En cambio la utilización de macrólidos, tetraciclinas o flouroquinolonas suelen producir cambios menores en la composición de la microbiota intestinal, y por lo tanto tienen poca capacidad de producir disbiosis intestinal (Hawrelak y Myers, 2004; Kim et al., 2012). No obstante, en la capacidad de producir cuadros de disbiosis, la dosis y la duración del tratamiento son las dos variables principales.
En un ensayo realizado por los grupos de nutrición y de sanidad del IRTA pudimos comprobar que el uso de dosis doble de colistina, durante 5 días, es capaz de eliminar completamente Escherichia coli del intestino, tanto patógenos como saprófitos, estos últimos presentes en prácticamente el 100% de animales, de diferentes especies, durante las primeras semanas de vida.
También es bien conocido el efecto negativo que en cunicultura puede tener el uso de penicilinas de amplio espectro, ya que puede llegar a producir disbiosis iatrogénicas muy difíciles de controlar. Aunque todas las especies animales pueden sufrir disbiosis intestinales iatrogénicas, antibióticas o no antibióticas, probablemente el conejo sea uno de las especies más susceptibles debido a la composición microbiana, muy distinta a otras especies, y probablemente por la idiosincrasia de su fisiología digestiva.
Esta capacidad de algunas pautas posológicas de antibióticos de inducir disbiosis, es extrapolable también a sustancias de origen natural (extractos de plantas, SCFAa, ácidos grasos omega 6,…), por lo que nuestro equipo, a la hora de analizar el efecto antibiótico in vitro de este tipo de sustancias, introduce cepas de bacterias saprófitas, como Lactobacillus spp. o Bifidobacterium spp., y no sólo las posibles bacterias diana como Escherichia coli, Clostridium perfringens, Pasteurella multocida…; en especial cuando los principios activos antimicrobianos irán vehiculados en el pienso o en el agua de bebida.
Recomponer el equilibrio de la microbiota intestinal no es tarea fácil, ya que desplazar componentes bacterianos y estabilizar dicho desplazamiento suele necesitar periodos de 1-3 semanas.
Creo importante remarcar, en este artículo de opinión, la importancia que tiene la forma en que se expresa el grado de sensibilidad in vitro que llegan al veterinario prescriptor. En el caso de que se remitan muestras para el diagnóstico bacteriológico de un cuadro clínico, y se solicite resultados de antibiograma, estos resultados pueden aparecer en CMI (concentración mínima inhibitoria, generalmente en µg/mL), en categoría S/I/R (para las cepas sensibles, intermedias o resistente) o en ambos (CMI y su equivalencia en categoría). Siempre que aparezca la CMI, el veterinario que ha solicitado el diagnóstico puede inferir si la pauta posológica establecida puede o no asociarse al éxito terapéutico y, en su caso, si la posible prescripción fuera de etiqueta, al aumentar dosis, puede garantizar la eficacia o sólo estará aumentando el riesgo de rotura del equilibrio de la microbiota intestinal. Un resultado expresado como sensible/resistente no aporta esta información adicional que puede ser muy útil para el uso racional de los antibióticos, ya que una cepa bacteriana implicada en un proceso infeccioso puede ser resistente, a modo de ejemplo, a 4 µg/mL o a 128 µg/mL, valores de gran relevancia clínica, ya que en el primer caso podría llegarse a dosis terapéuticas con un pequeño aumento de dosis, mientras que en el segundo el único planteamiento sería el cambio de principio activo por otro de otra familia antibiótica.
También considero muy relevante que el veterinario de campo notifique al laboratorio productor, así como a la Agencia Española del Medicamento, de los resultados negativos asociados al uso de una determinada pauta posológica, y especialmente a la falta de eficacia, ya que este tipo de información, tras el análisis correspondiente, puede ser de utilidad de cara a desaconsejar diferentes indicaciones o a proponer cambios posológicos, normalmente de concentración, para sobrepasar el punto de falta de eficacia. Esta forma de actuar resultará en beneficio de todos al eliminar pautas no eficaces o al regularizar posologías usadas de forma usual.
Por todo lo anterior, el uso adecuado de los antibióticos y la trasparencia son dos pilares que permitirán mantener la eficacia de estas herramientas terapéuticas, de las pocas realmente curativas, tan necesarias para la sostenibilidad de la producción animal, el control necesario de problemas infecciosos en granjas, el mantenimiento del bienestar de los animales y el fortalecimiento de la calidad y seguridad de los derivados cárnicos.
Ignacio Badiola
Investigador del IRTA-CReSA